Diego García, un joven estudiante de Arquitectura y natural de Bóveda del Río Almar, ha vivido en las últimas semanas una de las experiencias más intensas de su vida ayudando a los refugiados ucranianos que huyen de la guerra a través de la frontera polaca y cruzando incluso al otro lado para prestar auxilio a los civiles que aún permanecen en Ucrania en varias ciudades devastadas por el conflicto con Rusia.
El año pasado Diego eligió la ciudad polaca de Cracovia para cursar su Erasmus. «Estudio en Valladolid y la verdad es que podía haberme ido de Erasmus a Italia, que es donde suele ir todo el mundo porque hay mucha fiesta, pero quise cambiar totalmente de aires, busqué el mayor contraste a nivel europeo, la cultura más diferente, otro idioma, otra moneda y me fui a Cracovia».
Precisamente estar en Cracovia, a sólo tres horas de la frontera de Ucrania, ha sido determinante para tomar la decisión de ayudar de forma altruista aún a riesgo de poner en peligro su propia vida. «La idea de todo esto empieza porque, cuando un mes antes de estallar la guerra cuando se empezaba hablar de que Rusia podía invadir Ucrania, en esta zona nos lo tomamos un poco como a gracia, como que era imposible una guerra en pleno siglo XXI. Conforme pasaban los días mucha gente de aquí se empezó a alarmar,y algunos «erasmus» se fueron a España y muchos han decidido quedarse ya y no volver. Otros nos quedamos aquí, en Cracovia, donde siempre ha habido vida normal, salvo alguna manifestación. Aquí no se habla nada de la guerra, la información me llega por mis padres y mis amigos de España», afirma Diego.
«A principios de marzo un conocido nuestro que trabaja aquí tiene un compañero ucraniano y para ayudar a su familia contactó con nosotros para ver si podíamos ayudar. Con el dinero que se iba recaudando hacíamos la compra todos los días, lo poníamos por el grupo de Erasmus y lo llevábamos donde fuera necesario. En estos días todo se movía por voluntariado, yo empecé a subir todo lo que hacíamos a mis historias de Instagram para que vieran que estábamos haciendo cosas, que confiaran en nosotros, hacíamos compras de 2.000 y 3.000 euros cada día o cada dos días. En Varsovia encontramos la estación a reventar de gente durmiendo en cualquier lado y también muchos voluntarios ayudando. Ahí nos dimos cuenta que alimentación había de sobra y que los refugiados que iban llegando recibían comida y esa necesidad estaba cubierta. A través de nuestros contactos a mi compañero de piso, Guillermo, y a mí, nos dieron la oportunidad de ir a la frontera, alquilamos un coche y fuimos para allá», relata el joven.
A comienzos del mes de abril ese viaje hasta la frontera de Ucrania no estuvo exento de temores por lo que podían encontrarse allí. «Compramos lo que íbamos a llevar nosotros, que fueron 5000 bolsitas que dan calor durante 10 horas para la gente que está en las colas esperando para cruzar la frontera con temperaturas de hasta menos once grados, y se lo llevamos. Fue muy chocante, hay mucha gente voluntaria pero muchas cosas detrás que no se cuentan. No todo el mundo está porque quiere sino porque le pagan, otra gente que aprovecha las circunstancias y se queda con dinero. En la frontera, por lo general, hay muy buen rollo entre todo el mundo, a nivel voluntarios, comen allí igual, hemos dormido en el suelo en tiendas de campaña, para eso estás allí para ayudar a los demás. Por otra parte, los ucranianos casi ninguno habla inglés y la comunicación es complicada».
El segundo día Guillermo y Diego tuvieron la oportunidad de cruzar la frontera provistos de sus pasaportes. «He pasado unas 15 o 20 veces y cuando cruzas la barrera de Polonia, tienes que andar 1,5 kilómetros cuesta arriba para pasar la de Ucrania, con las colas de gente, autobuses esperando con la calefacción puesta para combatir las temperaturas gélidas. Nosotros siempre con un chaleco para que veas que eres de ayuda y cargados con cosas, carros con comida, mantas, peluches…cruzábamos, dábamos todo, y volvíamos. Me impresionó la facilidad que tenemos para cruzar por el hecho de ser europeos, tardamos una hora, los ucranianos podían estar tres días esperando para hacerlo. Muchos hombres llegaban hasta la frontera para dejar a sus mujeres e hijos y darse la vuelta porque no pueden salir de Ucrania», señala. «Ver a una niña que la encontré el primer día y el tercer día cuando estaba acabando de comer en la calle de Medyka, en la parte de Polonia, tres días esperando en una cola por no ser ciudadana europea, eso te choca mucho», reconoce.
«Hay mucha gente joven ayudando, lo mío no es meritorio, estoy en Cracovia, a tres horas y pico de la frontera, meritorio es gente con la que estuve allí, llevaban un mes allí, chavales como yo que habían dejado todo y estaban allí ayudando desinteresadamente. He conocido gente de varios países del mundo que van allí para ayudar, hay buen rollo entre gente individual, entre asociaciones ya no, ésos tienen turnos y se van, tienen como tiendas de campaña más preparadas y se salvan 4 o 5, el resto van por intereses. Como ya te he comentado hay gente que se queda dinero, hay también trata de personas porque aprovechan la indefensión de mujeres y niños que sólo quieren ponerse a salvo», afirma Diego García.
«El tercer día cruzamos por la mañana la frontera, dormimos una hora y media, allí es muy difícil dormir, hace mucho aire, frío…me aseé como pude porque por las duchas tienes que pagar. El autobús a Leópolis iba llenísimo, llevábamos cosas para repartir en la ciudad y justo nos llamó un hombre y nos llevó en un coche y una furgoneta. Dos horas de viaje en coche y cuando llegamos iba con miedo, parecía el escenario de una película con las barreras, los sacos de arena, las estructuras anti tanques. Tampoco es todo como las teles te lo cuentan, ví una ciudad llena de gente, todos los sitios cerrados pero con gente por las calles y se me quitó el miedo porque la gente estaba normal por la calle. En un puesto de ayuda humanitaria de España hablamos con el encargado, no quería dar el dinero así como así y nos comentó que necesitaban agua, cepillos y pasta de dientes, papel higiénico. Toda la gente lleva sus maletas con lo esencial y con comida, todo lo que pueden, estuvimos también ayudando a cargarlas y alucinabas con lo que pesaban esas maletas. Compramos caramelos, agua, pasta de dientes, papel higiénico, compresas y se lo llevé. Allí vimos, también, chalecos antibalas hechos por las propias personas, y también nos llamó la atención», recuerda el joven de Bóveda del Río Almar.
La cuarta jornada también fue intensa y agotadora, en esta ocasión ayudando a animales magullados, muchos abandonados a su suerte y que también algunos voluntarios y organizaciones rescatan. «Había una chica con 10 o 12 perros y otros 15 gatos y todos estaban con carritos para pasar la frontera con el control veterinario e intentar llevarlos a un refugio en Alemania», comenta Diego.
«El quinto día fuimos a Kiev, nos costó decidirlo porque allí impera la ley marcial. Intentamos conseguir pases de prensa que, supuestamente, es lo único con lo que te dejan entrar y van con más seguridad pero al final estuvimos allí un día nosotros por nuestra cuenta. Encontramos una ciudad donde habían caído misiles a las afueras, muy grande, muchos militares por las calles, nosotros con nuestro chaleco siempre es lo que te salva de todo. Después de diez horas de tren, al bajar nos registraron, y llegamos a una ciudad con muy poca gente por las calles, militares, tanques, seguridad al máximo y todo cerrado. Las estaciones del metro son muy profundas, y la gente tiene más seguridad para resguardarse. Hay puestos de ayuda humanitaria y nosotros dormimos en el suelo en la propia estación. De vuelta paramos en la ciudad de Irpín y sí estaba destruida completamente. No llevamos los teléfonos móviles por nuestra propia seguridad y esa tarde entera la dedicamos a quitar los escombros de las calles, consecuencia de los bombardeos, para que pasaran los coches» señala.
Diego García cuenta, además, que «el úlltimo día que estuve me quedaba dinero para gastar, por mi carácter me gusta hacer reír, divertir a la gente, con los niños me lo he pasado súper bien y teniendo en cuenta que había comida de sobra siempre tenía en la cabeza la imagen de la gente en las carpas esperando días y los niños que no tienen nada para entretenerse así que compré huevos de chocolate, dianas, caramelos para una piñata, balones, pelotas, juegos…a nadie se le había ocurrido hasta entonces. Algunos me decían que cómo se lo iba a explicar a la gente ucraniana que no sabe inglés, subimos con todo, con varios chicos que me ayudaron, como pude monté la piñata, todos iban a por los juguetes y con señas logramos entendernos y les gustó un montón. Los golpes a la piñata y ver como caían los caramelos, cómo tuvieron un momento de pasarlo bien. Pasamos de ver gente seria y en media hora, niños jugando, corriendo con los globos…me llenó el alma y pedimos que lo dejaran allí para los que vinieran después pudieran jugar también, pero se llevaron casi todo.
Gracias a la solidaridad de muchas personas que confiaron en Diego y Guillermo y enviaron sus donativos, los jóvenes emplearon 3.000 euros en baterías portátiles, 1.500 euros en calefactores «porque el frío no se aguanta ni con las mantas térmicas» aseguran y todo ello documentado con todos los tiquets de compra que a su vez enviaban a los benefactores para que vieran en qué ayudaban con sus aportacionies. «Cada vez que comprábamos tardábamos como cinco horas, pasar todo, todo en cajas, clasificarlo, ponerlo en español y en inglés, es trabajo y sale de tu tiempo, del que tú estés dispuesto a dar de tu vida social y de tus clases. Ahora no lo hago tanto pero seguimos, estoy yendo a un centro de refugiados en Cracovia a estar con los niños mientras las madres están con papeleos».
«Obviamente cuando me volví dije que regresaría a la frontera a ayudar. Intenté volver a ir y me dijeron que no es viable, en la frontera han dicho que si no perteneces a una organización no puedes pasar la frontera. Hay muchos voluntarios, hay más gente ya entrando otra vez a Ucrania que saliendo, esta guerra no está acabada ni tiene pinta de acabarse, hay muchas cosas que no se cuentan por intereses políticos, ni Ucrania es tan buena ni Rusia es tan mala…hay mucho detrás que no te cuentan», concluye Diego García.