Juangui Clavo Fiallegas acaba de conseguir uno de sus sueños y lo ha hecho en medio de paisajes increíbles que sólo se divisan desde las montañas más altas de la cordillera africana del Atlas en la que, junto a sus compañeros de expedición, ha logrado coronar las ocho cimas de sus cuatromiles.
¿Qué te motivó a esta aventura por el Atlas?
Ésta es mi segunda vez en el Atlas, ya hace más de 10 años hice el Toubkal, que es la cima más alta de África del Norte con 4167 metros de altura. Lo hice en invernal y ahí escuché hablar de otras cimas de esta cordillera. Siempre he tenido en mente volver. Esta expedición la diseñé con la idea de hacer todos los cuatromiles del Atlas en invernal pero, tal y como está el tiempo, no ha sido posible, apenas hemos pisado nieve e hielo. Hemos hecho las cumbres pero no en condiciones invernales. Soy un apasionado de la naturaleza y de la montaña y el Atlas es tan fascinante que me ha hecho volver. Los pueblos bereberes y su gente, lo asequible para planificar un reto así, el contraste de cultura, el atractivo de las cumbres y mi pasión por África. Eso, junto a que no me gusta celebrar la Navidad, me impulsa a buscar proyectos así de locos.
¿Qué ha sido lo más bonito y lo más duro?
Lo más bonito de la expedición fue ver amanecer el día 1 de enero desde el Toubkal Oeste. Después de más de tres horas hicimos cumbre y parecía que había fuego detrás nuestro, era el sol que estaba saliendo. Empezamos a caminar a las cuatro de la mañana, caminar de noche en la montaña es mágico. La última trepada con nieve recién caída, viento fuerte y frío. Sentirte el tú más vulnerable en la naturaleza, quizás ésa es la belleza de lo salvaje, lo que me hace volver y volver. Cada cumbre tiene su belleza. El primer día fueron nueve horas, una cima lejana como es el Afella y las trepadas del Akioud. La cima del Ras, es preciosa. El avión estrellado en el Tibheirine a 3900 metros de altura. También destaco los momentos en el refugio con un té, chimenea y conversaciones tan interesantes con gente muy variopinta. Lo más duro fue la gripe que pasé en los primeros días de expedición. El primer día fue horrible, nueve horas, 1400 de desnivel positivo y terreno técnico. Todo con fiebre y malestar. Hace mucho tiempo que no recordaba un día tan malo en la montaña.
¿Qué aporta la montaña a este nivel?
La montaña conserva esa esencia del deporte sin vicios, el compañerismo, la no competitividad, la superación, la conexión más profunda con la naturaleza, el sentirte libre. Es una actividad en la que no importa llegar primero, ni el tiempo, sólo importa volver. Sentir la fuerza de la naturaleza, ese componente de riesgo y de aventura es lo que me atrae tanto. Hace tiempo un conocido me dijo que ya cualquiera va a la montaña, gente hasta sin licencia. Aprovecho esta ocasión para reivindicar que la montaña no es de nadie. Nunca llevo seguro, ni licencia federativa. No creo en esas milongas. Por ejemplo, en esa zona de Marruecos no hay helicópteros, si algo ocurre tienes que organizar tu propio rescate. Ese espíritu primitivo es lo que me atrae de la montaña. Cuesta encontrar sitios donde este espíritu siga presente. Ahora, todo está mercantilizado.
¿Cuál es tu próximo reto?
Me gustaría hacer algún día un ochomil. En marzo me voy a Turquía a un proyecto de escalada en el ámbito educativo, ése es mi próximo reto aunque un poquito más centrado en la enseñanza. Sigo formándome para transmitir a mi alumnado la pasión por la naturaleza y los viajes. Pakistán me vuelve loco, me encantaría ver el valle del Baltoro uno de estos veranos, pero mis obligaciones familiares y laborales creo que de momento no me dejan escaparme tanto tiempo. Próximos retos asequibles: quizás el Elbrus en Rusia. En España dentro de poco tengo pensado hacer la Alcazaba invernal en Sierra Nevada, el año pasado nos quedamos a poquito pero las condiciones no nos permitieron llegar. Este año con el refugio cerrado será más divertido.