De tres formas diferentes se nombran los tres días de asueto, que preceden al Miércoles de Ceniza. Tradición, que viene de largo, con raíces paganas que tenían como protagonista a Baco, Dios del vino. Unas fiestas que, en sus inicios, tuvieron carácter sagrado pero, con el tiempo, se convirtieron en fiestas orgiásticas, en las que las protagonistas eran las mujeres y sus lindezas. En la Edad Media se cambió su nombre por el de carnaval o el de carnestolendas y, entre el vulgo, por el de antruejo, vocablos que incitan al divertimiento, como desquite ante el ayuno y la abstinencia que demanda la Cuaresma.
Estos desenfrenos los recoge Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, en su “Libro del buen amor”(siglo XIV); nos lo cuenta en un pasaje que él titula “La batalla de don Carnal y doña Cuaresma”, que finalizó con el abrazo de la paz, la modernidad y la cordura; ambas partes reconocieron que la fiesta y la penitencia, el amor profano y el amor divino, el disfrute y la mortificación son compatibles, pero dentro de los límites del respeto mutuo, de la moderación y de la buena conducta. Con este compromiso, hoy conviven y disfrutan tanto la costumbre de uno, como la tradición ritual de la otra, manteniendo, como debe ser, los dictados de la tradición.
Antiguamente, los carnavales se iniciaban el jueves de “compadre” y el jueves de “conmadre”, así se denominaban los jueves anteriores al domingo gordo o de carnaval. Los protagonistas eran los niños, aunque no faltaban adultos que seguían la broma. Esos días los niños no tenían escuela por la tarde, se revestían con los aparejos desechados de sus padres y de sus madres; tatuaban sus caras con rasgos de hombre, con su barba, bigote y patillas con corcho quemao; y las muchachas se untaban la cara con harina y se embadurnaban los labios con el pintalabios de sus hermanas. Y salían en panda por las calles, y antes de armar mil picardías, visitaban a la abuela o a la tía, para que los vieran y sacarles algo. Yo recuerdo que mi abuela me daba una perra chica y alguna castaña pilonga o bellotas, que guardaba en su faltriquera. Cuando nos recogíamos, las madres solían obsequiarnos con un plato de “puchas”, que preparaban con agua, harina, azúcar o miel. ¡Qué ricas nos sabían!
Hoy la tradición se sigue viviendo, pero de otra forma. Las cosas intentan recobrar su hervor tradicional, su ingenio, pero con la suntuosidad de otros tiempos más lustrosos. Antes el jolgorio se desplegaba por calles y plazas; hoy, en cambio, se concentra más la jarana en los bares, donde la música y la liturgia de la fiesta entusiasman al respetable. En la noche del sábado los bares se llenarán de pandas disfrazadas de elegantes y sofisticados atuendos y de la alegría más sana
Pienso que vivimos el carnaval día a día, cuando nos disfrazamos de monja, de cura, de militar, de miss, de enfermo, de trabajador, de joven, de viejo, de triste, de alegre, de enamorado, de cazurro, de paseante, de autoridad, de truhán, de prepotente, de aburrido, de bueno, de maleante, de mentiroso, de religioso, de reivindicativo, de político, de sindicalista, de intolerante, de reconciliador…Ya lo dijo, muy acertadamente, Calderón en su “Gran teatro del mundo”: Lo importante es que los actores y los espectadores podamos siempre disfrutar de la paz de la sonrisa.
EUTIMIO CUESTA
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