¿A qué saben las nubes?, esas mismas nubes que cubren el cielo que vemos al alzar la vista en España y también en Ucrania. Esas nubes son las que han inspirado esta tarde la actividad solidaria que se ha celebrado en la plaza de Cantalapiedra a beneficio de los refugiados ucranianos que acoge la villa y que han sido los grandes protagonistas junto al maestro coctelero Teo Marcos.
Los Álamos Gastrobar, la asociación de mujeres «Aires Nuevos», la Ampa «Virgen de la Misericordia» y el Ayuntamiento cantalapetrense han organizado esta iniciativa que ha logrado recaudar 580 euros destinados a las familias ucranianas acogidas en la villa y que ha sembrado en ellos una sonrisa y una esperanza.
Un cuento del propio Teo Marcos y Aurora Losa ha servido de hilo conductor a un acto que también ha contado con José Luis Sánchez, bibliotecario de Peñaranda, y en el que niños y adultos no han perdido detalle ni un sólo instante.
EL SABOR DE LAS NUBES versión para TEO
Esta es una historia que le oí a un músico ambulante sobre algo extraordinario que sucedió hace tiempo en un pueblo cercano, o lo mismo se la oí a un maquinista de tren y el pueblo no estaba ni cerca, no me acuerdo bien, pero de lo que sí me acuerdo es de la historia y ahora os la voy a contar a vosotros.
Fue en una mañana de mediados de noviembre que se formaron en el cielo unas nubes de tormenta, al principio grises y luego negras como boca de lobo, precedidas por un viento que agitaba las copas de los árboles y arrancaba las últimas hojas. Los caballos y las vacas barruntaron la lluvia antes que nadie, como suele suceder, y se protegieron de la mejor manera para aguantar el chaparrón, también lo hicieron las gentes del pueblo, de modo que, cuando el aire empezó a amainar, no quedaba nadie en las calles, bueno, puede que nadie no, porque si no esta historia habría permanecido escondida de la voz de los hombres para siempre. Digamos que quedó un joven pastor bajo el techo de una cabaña y que desde allí vio lo que os cuento.
Después de que las nubes se volvieran más oscuras que la noche misma, salió un arcoíris brillante como no se había visto otro en siglos y sucedió que, al tocarlo, las nubes fueron cambiando su color. La que rozó el rojo, se tiñó de rojo; de naranja, la que tocó el naranja; y lo mismo pasó con cada una de las que tocaron el amarillo, el verde, los dos azules y el violeta. Podéis imaginar el espectáculo de un cielo vestido de esta guisa, lástima que nuestro pastor no tuviera una cámara a mano, porque entonces no existía la fotografía y mucho menos los móviles.
Un trueno tremendo, de esos que parecen terremotos, hizo temblar todo en muchos kilómetros a la redonda y, cuando las cosas por fin se quedaron quietas, empezó a llover.
Cerca de la cabaña donde se refugió el pastor había un campo de maíz con sus mazorcas ya maduras a punto de ser recogidas y la lluvia de colores cayó allí, solo allí y, conforme la lluvia mojaba el campo, las plantas se fueron tiñendo del color que las tocaba (menos mal que solo pasó con el maíz, imaginad por un momento, que lo mismo hubiera sucedido con las ovejas).
Como cualquier tormenta, descargó con todas sus ganas en unos minutos, luego el sol se fue abriendo camino y empezó a hacer mucho calor, tanto calor, que las mazorcas que estaban en las lindes del campo estallaron en pequeñas nubes de un olorcillo delicioso que atrajo al pastor hasta ellas.
Ya habréis adivinado que eran palomitas y, si que salgan las palomitas directamente en el campo ya es algo nunca visto, imaginad la sorpresa del muchacho al notar que cada una sabía diferente dependiendo de la tonalidad que la adornaba. Así, las que tiraban a rojo, sabían a granadina; las que parecían más amarillas, a piña; las verdes, a maracuyá; las violetas, a fruto de la pasión; las naranjas, obviamente, a naranja; las azul oscuro, no preguntéis por qué, sabían a coco; y las de azul clarito… Bueno, esas no sabían a nada, pero estaban como congeladas.
El pastor corrió al pueblo a contar lo que había visto y todos los vecinos se apresuraron a comprobar que era cierto. Menuda fiesta montaron con la cosecha, estuvieron días comiendo de aquellos frutos bautizados por el arcoíris, hicieron tortas de maíz, copos de maíz, maíz dulce y todo lo que se os ocurra que se pueda hacer con maíz.
Aquel milagro nunca más volvió a repetirse y, en ese pueblo, y en los de alrededor, todavía cuentan con tristeza la historia del día que el cielo se tiñó de colores y llovieron sabores sobre un campo de maíz.
Cuando le conté esta historia a mi amigo Teo a la sombra de unos álamos, quedó tan fascinado con ella que me dijo: “Yo puedo hacer una bebida que sepa igual que aquel campo.”
Creo que no os he dicho que mi amigo Teo (que lo mismo no es solo mi amigo, puede que también sea mi primo lejano), es muy hábil en eso de mezclar sabores en una coctelera, y días después me regaló esta receta que ahora compartimos con vosotros.
(Cuento colaboración entre Teo Marcos y Aurora Losa)
RECETA DEL CÓCTEL POP-CORN (de Teo Marcos Losa)
1 onza de zumo de la Pasión
1 onza de zumo de naranja y maracuyá
1 onza de zumo de piña y coco
1 golpe de sirope de palomitas de maíz
1 golpe de granadina.
Elaboración:
Introducimos todos los ingredientes en una coctelera, echamos hielo macizo, cerramos nuestra coctelera y la agitamos enérgicamente durante 25 segundos.
Depositamos la mezcla en un vaso, metemos ese vaso en una cajita decorada y lo terminamos con unas palomitas de maíz.