El inexorable paso del tiempo no perdona a nadie, ni siquiera a un monarca esculpido en piedra. Me apena verlo en esa hornacina erosionándose a la intemperie y con sus atributos perdidos: la corona real, el cetro, la corona de espinas y los tres clavos de la Crucifixión. La expresión “es más bonito que un san Luis” ha caído hoy en día en desuso, desde luego, y, en todo caso, para nada podría aplicarse ya al santo que decora la entrada de nuestra ermita peñarandina, al que apenas se le reconoce a pesar de su aspecto juvenil, su característico corte de pelo y su manto, aunque éste no se vea cubierto de flores de lis. Bueno, si uno se fija, por encima del santo se puede ver todavía un blasón luciendo la flor del lirio y timbrado con una corona, lo que nos debe hacer sospechar que nos encontramos frente a un rey canonizado.
San Luis IX de Francia, nacido el 25 de abril de 1214, era, por parte de su madre, Blanca de Castilla, bisnieto de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania. Siguiendo con la línea materna, sus abuelos eran Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet, así que, por lo tanto, era primo de Fernando III el Santo y sobrino de la reina Berenguela, la artífice de que los reinos de León y de Castilla tuvieran un único monarca desde el año 1230. Su padre fue Luis VIII de Francia, apodado “el León”, de la dinastía de los Capetos.
Contemporáneos de esta excelsa familia fueron los santos Francisco y Clara, ambos de Asís. Sabemos que la tía de san Luis, la reina Berenguela, se carteó con santa Clara para pedirle una regla que rigiera a las comunidades damianitas, futuras clarisas, que había puesto bajo su protección en los reinos de Castilla y de León. Por otro lado, la hermana de Luis, santa Isabel, fundó en 1255 la abadía de Longchamp, el primer monasterio de clarisas de Francia, lugar que convirtió en su hogar por su firme determinación de conservar su virginidad, aunque nunca profesó como monja. El monarca francés, por su parte, ingresó en la Tercera Orden Franciscana tras su matrimonio en 1234 con Margarita de Provenza, con la que tuvo once hijos.
Luis fue educado escrupulosa y rígidamente en la doctrina cristiana por su madre y por el beato Pacífico, uno de los primeros frailes franciscanos. Vivió toda su vida el Evangelio al estilo de san Francisco en el seno de la Tercera Orden, creada para los laicos y laicas que buscaban imitar al santo de Asís. Siempre buscó que en su reino imperasen la paz y la armonía. Administraba justicia personalmente a diario, atendiendo las quejas de los oprimidos y desamparados. Además, Luis costeaba los gastos de la comida diaria de doscientos pobres; los sábados, el monarca iba a visitarlos e incluso les lavaba a algunos de ellos los pies. Así las cosas, no es de extrañar que fuera canonizado en 1297, veintisiete años después de su muerte, por el papa Bonifacio VIII, y que terminara convirtiéndose en el patrón de la orden seglar en la que profesó. Este hecho explica por qué, en el año 1643, los miembros de la Tercera Orden Franciscana afincados en Peñaranda de Bracamonte impulsaron la construcción de una ermita consagrada a san Luis.
Nuestra humilde ermita poco tiene que ver con la magnificencia de la Sainte-Chapelle que el monarca santo mandó construir en París a modo de relicario gigante en el que depositar la corona de espinas, parte de la cruz, el hierro de la lanza de Longinos, la esponja y otras reliquias del martirio de Jesucristo, que habían sido adquiridas por él mismo a Balduino II, último emperador latino de Constantinopla, pero deja en Peñaranda de Bracamonte el recuerdo de uno de los más grandes reyes de la Cristiandad medieval.
San Luis IX fue también un rey cruzado, intentando imitar así a su tío abuelo Ricardo Corazón de León, aunque no con demasiado éxito, la verdad. En 1244 intentó conquistar Jerusalén, pero terminó siendo hecho prisionero por el sultán de Egipto, al que hubo que pagar una enorme suma por su liberación. En 1267, con más de cincuenta años, marchó con su ejército hacia Túnez, donde el sultán parecía dispuesto a acoger la fe cristiana. Sin embargo, todo resultó ser un engaño, y los cruzados tuvieron que hacer frente a los ataques musulmanes, aunque los peores enemigos fueron el calor extremo y la peste, que acabó con la vida del monarca el 25 de agosto de 1270.
Miguel Ángel Martín Mas
Profesor de el CEPA El Inestal de Peñaranda de Bracamonte