A comienzos del verano de 1811, las tropas invasoras francesas, tras la batalla librada en Fuentes de Oñoro contra los aliados (Reino Unido, Portugal y España) entre el 3 y el 5 de mayo, controlaban la fortaleza de Ciudad Rodrigo y la ciudad de Salamanca y estaban firmemente establecidas a lo largo y ancho de la provincia. Aun así, las partidas guerrilleras, a estas alturas de la guerra convertidas en cuerpos francos —es decir, transformadas en unidades adscritas al ejército español, que llevaba resistiendo al invasor desde 1808— iban de pueblo en pueblo intentando evitar las requisas de alimentos y pertrechos que los franceses llevaban a cabo sin piedad. Una de esas partidas guerrilleras, por entonces convertida en el regimiento de caballería Húsares francos de Castilla la Vieja, estaba comandada por teniente coronel vallisoletano Jerónimo Saornil Moraleja, que recorría sin descanso las provincias de Segovia, Ávila y Salamanca intentando pillar por sorpresa a algún destacamento francés.
A finales de junio Saornil se encontraba en Barco de Ávila, desde donde se trasladó a Piedrahita para intentar evitar que los franceses hicieran efectiva la contribución que habían exigido a esa localidad. Tras conseguirlo, se dirigió a Peñaranda de Bracamonte, donde tenía la intención de reunirse con otros jefes guerrilleros y sus tropas: su pariente Basilio Moraleja, Diego de la Fuente, El Cocinero y otros cuyos nombres desconocemos. Es posible que los patriotas peñarandinos recibieran a Saornil con la copla popular:
Síguela, síguela
Guerrillero Saornil
Síguela, síguela
Yo te daré mi fusil
Pero parece ser que no todos los ciudadanos de Peñaranda recibieron con alegría la presencia de los guerrilleros, lo cual no es de extrañar, ya que, en ocasiones, la presencia de tropas del bando propio suponía la misma ruina económica o más que la de las tropas enemigas, dado que todos los soldados dependían para su subsistencia de las requisas, sacas y contribuciones llevadas a cabo sobre la población civil. O quizá se tratara de unos peñarandinos afrancesados o unos oportunistas que buscaban una recompensa, nunca lo sabremos. El caso es que alguien residente en esta ciudad se las apañó para informar al mayor Montigny, comandante de las unidades de caballería estacionadas en Madrigal de las Altas Torres, principalmente escuadrones de Dragones, de que se iba a producir tal amenazadora reunión de guerrilleros, que las fuentes francesas contabilizan como de mil doscientos jinetes. Montigny ordenó al coronel Baudichon, oficial al mando de las tropas estacionadas en Arévalo, que acudiera con doscientos de sus hombres a la localidad de Flores de Ávila y se reuniera allí con él, juntando entre los dos una fuerza de unos cuatrocientos jinetes, menos de la mitad del número de tropas que los españoles habían reunido en Peñaranda. Dicho encuentro se produjo el 1 de julio de 1811 y de inmediato se inició la cabalgada francesa hacia Peñaranda. El grueso de las fuerzas españolas se encontraba durmiendo al raso a las afueras de la población, así que la carga de los Dragones los sorprendió completamente desprevenidos y al descubierto, sin opción alguna de defenderse. Una vez que los franceses penetraron en el caserío, se produjo una horrible carnicería en las calles y en algunas viviendas donde se refugiaron los españoles. Murieron unos trescientos cincuenta españoles y otro gran número cayó prisionero, incluido el jefe guerrillero Basilio Moraleja. Saornil se libró por los pelos de caer prisionero y pudo seguir con sus correrías hasta mayo de 1813, cuando fue arrestado y puesto a disposición del Consejo de Guerra Permanente, instalado en Olivenza, debido a las quejas de ciertos municipios que le responsabilizaban del cobro violento de contribuciones, de los alborotos cometidos por su tropa y del expolio de la plata de varias iglesias. En fin, que Saornil fue uno más de los jefes guerrilleros que se aprovecharon del conflicto armado para lucrarse de forma personal de manera ilícita.
En la acción de Peñaranda de Bracamonte los franceses sufrieron una única baja y unos pocos heridos, quitando a los españoles trescientos caballos, una pieza de artillería, un convoy cargado de suministros y una bandera de los Húsares francos de Castilla la Vieja, arrebatada por el soldado Blanchard, del regimiento 11º de Dragones, a su portador, que resultó muerto en el forcejeo.
El jefe de escuadrón Legentil, los capitanes Gravier y Richard y el ayudante mayor Emmeric resultaron heridos en la acción, durante la cual dieron grandes muestras de valor. El subteniente Augustin Norbert Surgis, del 3º de Dragones, también cuenta en su hoja de servicios con un reconocimiento al valor durante este enfrentamiento con las tropas guerrilleras del ejército español.
Peñaranda no volvió a ser protagonista de ningún combate durante la guerra, pero por allí pasó un ejército francés en retirada tras su derrota en la batalla de Los Arapiles, librada el 22 de julio de 1812. Unos meses después, en noviembre, pasaría por Peñaranda el rey José Bonaparte en persecución de los aliados que, a pesar de su gran victoria del verano, se vieron obligados a retirarse desde Burgos y Madrid hasta la frontera portuguesa.
Agradezco a Antonio Grajal de Blas que me haya hecho llegar las siguientes fuentes, sin las cuales no hubiera sido posible este artículo:
- Gaceta de Madrid: núm. 189, de 08/07/1811, página 772.
- Expediente militar del subteniente Augustin Norbert Surgis (Archivos nacionales de Francia).
Dragón francés. Los Dragones eran soldados de caballería que, a falta de monturas, también estaban habilitados para combatir pie a tierra. Los Dragones de Napoleón eran reconocibles por sus casacas de color verde oscuro y sus cascos dorados decorados con una cola de caballo y, en el caso de los oficiales, también con una piel de leopardo.