El convoy solidario con 60 profesionales y 34 taxis que ha viajado desde Madrid hasta Polonia para auxiliar a los refugiados de la guerra de Ucrania tiene «entre sus filas» a Domingo Bautista, natural de Babilafuente. En esta localidad de Las Villas, donde Domingo tiene familia y una casa, se ha venido siguiendo, prácticamente al minuto, una de las acciones que ha permitido llevar en el viaje de ida más de 15.000 kilos de ayuda humanitaria para las personas que lo han perdido todo por el conflicto armado.
De vuelta a España son 135 los refugiados, en su mayor parte niños y mujeres, algunas de ellas embarazadas, los que han viajado en los taxis huyendo el horror. «En mi taxi y en el de otro compañero llevamos repartidos a 15 miembros de una misma familia ucraniana a los que bombardearon su casa y que presenciaron cómo degollaban al abuelo mientras ellos intentaban salvar la vida», explica Domingo Bautista.
Por el retrovisor del taxi Domingo descubre ahora las miradas de sus pasajeros en las que se reflejan multitud de sentimientos, la pena por lo que dejan atrás, la incertidumbre por lo que les espera, la preocupación por los que han quedado en Ucrania y también, como no podía ser de otra forma, la gratitud a los «héroes del volante» que han viajado miles de kilómetros para salvarles.
«Uno de los niños no deja de toser y estoy deseando llegar a Madrid para que le atiendan en el hospital, han sido muchos días de frío y condiciones extremas y siendo tan pequeños es mucho más duro», añade Domingo. Ese vínculo que ha creado con ellos en el interior de su taxi es algo imposible de contar con palabras pero que se deja sentir en el instinto de protección y cariño que tiene hacia ellos. Con la voz entrecortada, Domingo explica en una videollamada que «no tienen a nadie en Madrid, ni nada y te aseguro que si yo tuviera dinero, ya estaban acogidos pero hacemos lo que podemos».
«El camino desde la frontera de Polonia con Ucrania es muy largo, son muchos kilómetros, y hay que ir parando, y sobre todo, descansando. Lo mismo da llegar a Madrid un día o dos más tarde. Llevo conmigo a una familia y no quiero que los pase nada y que lleguen sanos y salvos», asegura. En una de estas paradas, a 250 kilómetros de París, hay que reponer fuerzas. «Les he invitado a medio cenar y en el taxi llevo también leche y bollos», comenta.
«Cuando no te puedes entender con el lenguaje, nos entendemos con el alma» señala y es precisamente el alma el que conecta a taxistas y refugiados con un lazo que no olvidarán jamás. David, otro de sus compañeros de expedición, tiene grabado el momento en el que en Varsovia pasó un avión volando bajo y una de las personas más mayores que viajan en el convoy se tiró al suelo para protegerse reviviendo con ello los momentos de los bombardeos.
«Observas cómo entran en el pabellón y ves a esas personas que tenían una casa y una vida y ahora llevan todo en una bolsa de plástico, cualquiera con corazón volvería a hacer lo que nosotros estamos haciendo», dicen sin dudarlo los taxistas. En el taxi de Domingo viaja, también, rumbo a España una mascota «han preferido traer con ellos a su perrito antes que una maleta». Uno de los niños se aferra, también, a su peluche favorito en el que busca consuelo a tanto sufrimiento sin sentido mientras los taxis atraviesan ya la frontera de su nuevo país de acogida.