Germán Madrid nació con un pan debajo del brazo, nunca mejor dicho, en una conocida saga de panaderos de la comarca y más de medio siglo después, el pan le acompaña también en el momento de su merecida jubilación. En el recuerdo de varias generaciones de peñarandinos, y también de los miles de clientes que han pasado por su establecimiento de la plaza Nueva, queda para siempre el cariñoso saludo de Germán detrás del mostrador y la simpatía con la que les atendía despachando «el pan nuestro de cada día», los hornazos típicos salmantinos, las torrijas y bartolillos en Cuaresma y otro sinfín de productos de bollería.
-¿Cómo fueron sus comienzos en la panadería?
-Pues desde muy niño, yo creo que desde los 15 años me he dedicado a esto. Primero tuve la panadería de la carretera en la calle Carmen pegando a la tienda de la armería, ahí estuve como unos 8-10 años y luego de allí ya me vine aquí a la plaza Nueva, que aquí me parece que llevo como unos 38-40 años, toda una vida. Aquí primero empezó mi hermana que estuvo un par de años y a raíz de morir mi madre, ya me quedé yo aquí y mi hermana se hizo cargo de la casa y de cuidarnos a todos.
-Su padre, Manolo Madrid, fue también un conocido y reconocido panadero en Peñaranda y su bisabuelo fue hornero así que han ido formando parte de una saga en este oficio.
-Sí, procedemos de Macotera donde mi bisabuelo más que panadero era hornero, así lo llamaban. Luego mi padre, panadero, venía todos los días a Peñaranda con la bicicleta a traer pan y ya después de hacer la mili, montó la panadería aquí, aunque pasó también una temporada en la Nava de Sotrobal antes de establecerse en Peñaranda. Aquí hemos estado toda la vida, mi padre empezó a hacer pan con el horno de leña durante muchos años y luego ya la venta fue para arriba y puso horno eléctrico. Según nos cuenta, cuando él vino de Macotera a Peñaranda llegó a tener hasta 12 obreros y conservamos aún las nóminas que les pagaba en aquel entonces 1.000 pesetas al mes, lo que son ahora seis euros.
-Llega el momento de jubilarse pero imagino que contento porque la saga continúa y tiene relevo generacional con su sobrino, ¿no es así?
-Por suerte, sí. Mi sobrino Antonio lleva ya conmigo 20 años, cuando estaba estudiando venía a echar una mano, hizo la carrera y dejó de estudiar por mí, también le tira mucho esto y ahora es mi sucesor aparte de que también es mi ahijado.
-Con el paso de los años, ¿cómo ha sido la evolución de su establecimiento?
-Antes vendía de todo, empecé con conservas, fiambres, productos de droguería…lo que eran las tiendas pequeñas de entonces, ya sabes. Cuando hice la reforma, hace 14 años, ya me especialicé en pan y bollería. Recuerdo una época con los estudiantes que llegaba a vender a la semana más de 300 bocadillos porque se quedaban aquí a comer. Mi padre se jubiló y desde entonces yo trabajo con cinco panaderías de la zona, cojo lo mejor de cada uno para tenerlo en mi tienda.
-Después de tantas décadas detrás del mostrador, ¿ahora lo echa de menos?
-Vengo todos los días a ver a mi sobrino, estoy por aquí una horita y me quito el gusanillo como suele decirse. Al principio me ha costado pero es así, la salud de los huesos me ha impedido seguir trabajado y aunque por la edad y la Seguridad Social ya lo tengo bien cumplido, no tengo otra obligación y la panadería siempre me ha tirado, todos los días hacía de 14 a 16 horas aquí. Me levantaba a las 6:30 y hasta las 12 de la noche y la panadería abría desde las 8:00 hasta las 22:30 o 23:00, la gente ya lo sabe y decían «vamos donde Germán que ahí siempre hay pan, da igual la hora que vayas siempre con mucha alegría» y así lo he hecho todos estos años.
-¿Cuál crees que es la clave para que un negocio permanezca con éxito tantos años?
-La clave primero es que te tiene que gustar y a parte de estar activo, tener buen género. Gracias a Dios siempre he tenido buen género en todo, tanto en pan como en bollería, y la clave es que tiene que gustar mucho el negocio y estar ahí quieto, quieto. En mi casa lo saben tanto mi sobrino, que está aquí, como mi padre y mi hermana muchas veces he estado que me caía, muy fastidiado y en esta fase ya de estos últimos años he mirado más por el negocio y por la clientela que por mí mismo. Siempre he estado mirando por la gente y era feliz, me ha gustado, no me arrepiento de todo lo que he hecho, siempre he sido muy feliz en la tienda y me ha dado tiempo a todo y también a disfrutar especialmente en mi época de carnavales.