Siguiendo la información que nos llega del Catastro del Marqués de la Ensenada, la villa de Peñaranda pertenecía al Duque de Frías y Conde Peñaranda, quien era poseedor de 1.056 huebras de tierra de secano, de un monte de 883 huebras y de una alameda cercada de trece huebras, poblada con árboles pequeños de negrillos; percibía, además, las rentas del peso mayor, del peso llamado de la sardina, del peso del lino y de la lana, del que llaman de los suelos y el noveno del acervo común de los diezmos, de martiniega y de juaniego. Pertenecía a la provincia de Ávila y no se integró en la provincia de Salamanca hasta 1833, como cabecera de comarca.
En esta época, el término de Peñaranda tenía una extensión de 4.857 huebras, que se distribuía en tierras de labrantío de secano, en trozos de prados (325 huebras), monte (895 huebras) y en un cercado de trece huebras de álamos negros.
El Catastro del Marqués de la Ensenada nos dice que la villa posee un patrimonio de 37 casas, cinco sirven de oficinas públicas y las 32 restantes le proporcionan una renta de 5.816 reales; además, es dueña de 36 huebras de tierra de secano y de una viña con la superficie de seis aranzadas. Cuenta con 827 casas, habitables las más de ellas, con vivienda alta y baja, y 52 arruinadas, inhabitables, y una población de 788 vecinos, (3.438 almas). Además, nos proporciona una lista de nombres de calles, en las que el Ayuntamiento poseía una o dos casas: calle de la Luz, calle de los Caños, calle de san Juan, calle Honda, calle del Carmen, calle de Medina, calle de la Fuente, calle de los Barberos, calle Empedrada, calle de la Poza, calle de la Cruz, calle de Nuestra Señora, calle Traviesa (enfrente de la de san Luis), calle de San Luis, calle de los Cerrajeros, plaza Principal, la plaza de “La Corralada” y la puerta de San Lázaro…
El Castastro, además, nos proporciona una importante cantidad de datos, que avalan la categoría y capacidad económica y social de Peñaranda a mediados del siglo XVIII. Era el centro comercial de toda la comarca, a la que acudían sus gentes a abastecerse de todo tipo de productos y enseres. En esta época, contaba con dos hospitales: el uno con el título de la Magdalena, en el que se curaba todo género de enfermedades, excepto el gálico. Este hospital sólo tenía de renta fija 492 reales y lo demás que, en él, se gastaba, era de lo que se sacaba de limosnas, que hacían diferentes vecinos de la villa; el otro hospital se le conocía con el nombre de Nuestra Señora del Carmen. En él se atendían solamente a las enfermedades del gálido (sífilis?). Tenía de renta fija 4.252 reales; veinticuatro clérigos presbíteros y nueve clérigos de menores órdenes; dos conventos: uno de religiosos franciscanos descalzos, se componía la comunidad de veintinueve religiosos y tres hermanos donados (legos), en total treinta y dos; otro de religiosas carmelitas descalzas, lo integraban diecinueve religiosas; también había, inmediato a este convento, una casa hospicio, donde residían cuatro religiosos carmelitas descalzos y tres sacerdotes, que estaban encargados de confesar a dichas religiosas, decir misa y asistir a los demás oficios divinos, que se celebraban en dicho convento de religiosa; con mercado de productos y ganados, con treinta y siete mesones, con trece panaderías, con cincuenta y cuatro tiendas, en las que se vendían todo tipo de mercaderías; con diecinueve telares de jerga, en los que trabajaban ciento sesenta y cuatro personas entre maestros, oficiales y aprendices; con siete telares de lienzos, en los que se empleaban catorce personas; con cincuenta talleres de confección de sombreros, en el que faenaban setenta y nueve personas; con cincuenta talleres de zapatos de artesanía, en que trabajaban noventa y siete personas; con once talleres de zapatillas de badana y zapatos para niños; con cuarenta y nueve talleres de cinchas y atarres, en que se empleaban ochenta y ocho persona; además, había talleres de herradores, de guarnicioneros, de carpinteros, de zapateros de viejo, de carreteros, de carpinteros, de sastrería, de cerrajeros y chapuceros, de zurradores, de cabestreros, de cereros, de cedaceros, de tintoreros, de olleros y alfareros, de pasteleros, de chocolateros, de caldereros. Estos trabajos proporcionaban trabajo a 695 personas. Además, había veinte labradores y ciento treinta y cinco jornaleros, entre los se incluyen los pastores.
El Catastro nos muestra una Peñaranda madura y floreciente y, es momento de que recordemos a aquella aldea que se fundó entre los años 1259 y 1267, en el mismo punto de encuentro de tres alfoces Ávila, Salamanca y Alba de Tormes, y en el entrecruzamiento de la calzada, que unía Medina del Campo y Plasencia y los caminos que enlazaban Ávila con Salamanca y Arévalo con Alba de Tormes. Y, posiblemente, este asentamiento fue poblado por gentes venidas de Peñaranda de Duero, y la bautizaron con su patronímico. Y tampoco le cae mal la nominación, porque el vocablo céltico “eranda”, alude a frontera, y Peñaranda se hallaba en la linde entre Castilla y León; “penno” , a cabeza y cumbre.
Y como punto estratégico era paso obligado para todo transeúnte, y se vio obligada a convertirse en “parada y fonda” con mil respuestas. Y, precisamente, esta demanda exigente fue la cuna y el origen de donde nace y crece el espíritu emprendedor del hombre peñarandino. (AUTOR: EUTIMIO CUESTA)